miércoles, 19 de mayo de 2010

la tonga

Mitos & Leyendas de las Islas Tonga

La belleza del joven Tokelau Moetonga era una extraordinaria y aquella bendición de la naturaleza obedecía al mismo capricho de esta y la manera en que se empeño en que llegara a este mundo. Tokelau Moetonga, “el viento del norte que duerme en brazos del viento del sur” así le llamaron, nació de dos madres. Si, dos madres tuvieron una criatura tan hermosa, que su fisionomía se dibujaba rozando casi ya la belleza de una mujer!

Navegando desde Samoa, la canoa de aquellas dos mujeres samoanas se hundió en el océano y para no ser tragadas por aguas profundas, nadaron con todas sus fuerzas hasta alcanzar las islitas de Kelefesia y Tonumea en el archipiélago de Ha’apai. Y allí donde no vivía ningún hombre, ellas lo hicieron, Un día se dieron cuenta de que estaban en estado de buen esperanza. Así, sorprendidas , sin saber cómo aquello podía haberles ocurrido, dejaron acariciar sus nalgas por el viento esperando que este les diese una respuesta. Si, estaban esperando una criatura… y tras meses de gestación una de ellas daría luz a Tokelau Moetonga.

Y aquel niño, con sus dos madres, creció feliz en mundo de corales y palmeras, y cuando se convirtió en muchacho, en joven valiente y decidido, navegó a Tongatapu, rumbo a Tonga la Sagrada. Cuando llegó a aquella isla, encontró a todas sus gentes celebrando alegremente el matrimonio del Tu’i Tonga con la hermosa Fatafehi.

Cuando la celebración llegó a su fin, el Tu’i Tonga le dijo a sus amigos: Vamos a cazar zorros voladores! Y es así como los hombres se unieron al jefe con arpones y redes y la novia permaneció en casa junto a las mujeres de alto rango. Aquel fue el momento en que Tokelau Moetonga envuelta su cabeza con un bello turbante de siapo apareció, llegado desde la isla en la que vivía junto a sus madres.

Todo el mundo dormía agotado por el exceso de aquella gran fiesta no así Fatafehi que intuyendo la presencia de un visitante inesperado, permanecía silenciosamente despierta. El joven tongano sin dudarlo, entró en casa de la muchacha y esta quedó enseguida prendada por la belleza de Tokelau Moetonga. Una belleza jamás concedida a ningún otro hombre. Como no pudo haber ocurrido de una manera distinta, durmieron juntos y después aquella noche de amor obsequió el muchacho a su amante con su turbante de corteza de morera que desprendía la más seductora de las fragancias; y Fatafehi se mostró agradecida entregándole enamorada su faja roja delicadamente confeccionada con las fibras de los frutos del cocotero.

Cuando Tokelau Moetonga se quitó su tocado, el perfume que desprendió llego hasta el Tu’i Tonga y este embriagado por una extraña sensación de enamoramiento y desconfianza dijo a sus amigos: Es hora de que nos vayamos, alguien a llegado a la aldea. Cuando el recién esposado regresó al hogar Tokelau Moetonga ya se había marchado y Fatafehi sintiendo ya nostalgia del joven, recostada sensualmente en su esterilla trenzada en finas hojas de pandano, ajena al último día de su existencia, cayó en la furia desatada por los celos de su marido. El Tu’itonga acabó con su vida sin mediar palabra y acto seguido llevó consigo su cuerpo.

Tokelau Moetonga había regresado ya a Kelefesia pero el mismo día por la tarde le dijo a sus madres: Voy a regresar a Tongatapu algo terrible ha ocurrido. Cuando alcanzó con su canoa la isla y puso pie en los dominios del Tu’i Tonga, sus ojos contemplaron las antorchas que ardían por la pérdida de Fatafehi. Fue entonces cuando el Tu’i Tonga, al ver a Tokelau Moetonga velando a su esposa, pregunto a sus súbditos quien era aquel joven que lamentaba la pérdida de aquella mujer. Es un hombre, le dijeron. Traérmelo aquí grito con furia el Tu’i Tonga. Y así lo hicieron.

¿Fuiste tú quién estuvo con mi esposa?

Tokelau Moetonga, levantó las cejas contestándole afirmativamente.

¿Cómo te llamas?

Soy Tokelau Moetonga.

Entonces el Tu’i Tonga contemplándole y sintiendo al mismo tiempo una inmensa tristeza le dijo al joven extranjero: Fatafehi no hizo mal, eres tan hermoso que hasta yo mismo me siento morir ante esta atracción tan grande que siento por ti. Me equivoque tanto al matar a mi esposa! Ven conmigo Tokelau Moetonga, velaremos a nuestra mujer. Toda la noche así lo hicieron, hasta que desapareciecieron las estrellas, hasta que salió el sol y con el nuevo día se celebró el funeral de Fatafehi. Allí estuvieron los dos juntos. No se separaron en un solo momento. Fue por su belleza y por el amor que le inspiró al Tu’itonga que Tokelau Moetonga evitó la venganza y con ella la muerte. Durante un tiempo estuvieron juntos luego, Tokelau Moetonga regresó a la tierra de sus madres. Aquellas dos mujeres samoanas que habían dado vida al hombre más hermoso que hubiese existido bajo el cielo de todas las tierras.

La leyenda de Tokelau Moetonga fue narrada en 1920 por Mary Fifita de Pangai, en la isla de Lifuka en el archipiélago de Ha’apai (Tonga) al antropólogo y arqueólogo americano Edward Winslow Gifford (1887-1959). Entre 1947 y 1956 como profesor y director del Museo de Antropología de la Universidad de California, Gifford llevó a cabo las primeras expediciones arqueológicas en Fiji (1947), Kanaky Nueva Caledonia (1952) y Yap en las islas Carolinas occidentales (Micronesia) en 1956. Sus viajes a Tonga dieron lugar a la publicación de Tongan Myths & Legends

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